sábado, 15 de mayo de 2010

LA BODA

La boda adquiere una perspectiva diferente cuando se ve desde el coro…
¡nunca mejor dicho!

En efecto, ser miembro (con perdón) de una coral contratada para
cantar el evento, ofrece una situación privilegiada, para observar si
ser observado, desde la atalaya del coro de iglesias y catedrales.

Ya se sabe: el coro al coro, el caño al caño y del caño al c.

La cosa es como sigue:

Antes de la ceremonia, todos son nervios y desasosiegos entre los
cantantes, además de bromas y chistes, muchas veces subidos de tono.
Por no mencionar los codazos entre ellos, modo singular de corregir
las equivocaciones del que está al lado. Algunas veces, esto termina
en desastre, como el Rosario de la Aurora.

La novia llega siempre con media hora de retraso como mínimo, cosa que
hace para darse importancia y elevar su autoestima. Es entonces cuando
se entona el canto de entrada, que suele ser el Canticorum Jubilo de
Haendel. Claro está que el autor nunca esperó que su música abriera
este tipo de ceremonias.

Para este momento no se cuenta con el organista, ya que: 1) llega
tarde, 2) llega sin partituras, 3) llega ebrio, 4) no llega, porque se
confundió de iglesia y está tocando la marcha nupcial en un funeral.

Entre salmo y salmo, las cantantes se entretienen en darle a “la
húmeda”, deporte preferido por ellas, que debería ser olímpico;
mientras los hombres observan los escotes de las señoras y señoritas
situadas en la planta inferior. Algunos afirman haber visto hasta la
entrepierna, cosa no muy creible, pero que estimula la imaginación del
resto.

En las liturgias oficiadas por un cura lento, el sermón significa el
máximo relax para los coralistas, que acaban sentados por los suelos,
dada la falta de sillas. Es el momento de las confidencias y de los
chistes verdes, que tienen que ver más con la noche de bodas, que con
la ceremonia religiosa. En tanto, el cura abronca a los jóvenes novios
por sus pecados y/o por los de toda la humanidad. Les recuerda que su
compromiso es para toda la vida y también para la otra, así como la
obediciencia que a que se obligan en adelante. Esto está garantizado
por parte del varón, que, lo tiene tan asumido, que muchas veces pide
que las corales interpreten el Coro de Esclavos de la ópera Nabuco.
Esto si es estar a tono con las circunstancias.

En el acto de la comunión, siempre hay una “Mari Pili” que ejecuta el
Ave María de Schubert, con más o menos acierto. Es el Ave María
preferida por las “marías” o “marujas”, mientras que a los varones,
hechos y derechos, nos parece una cursilada; máxime, dada la
existencia de otras partituras mucho más interesantes.

Pero, también puede ser la Salve Marinera, si los sujetos
protagonistas son miliares. Aquí es donde los hombres se emocionan y
las mujeres también, no se sabe si por el mismo motivo, que un
servidor desconoce. Debe ser como cuando se interpreta una jota, que
aunque seas de Vallecas, te emociona.

La decadencia llega cuando se interpreta la Salve Rociera, donde ellas
se encuentran a sus anchas y ellos se sienten Manolo Escobar.

En adelante, más o menos, se sigue la misma pauta.

Al final, suele sonar el Aleluya de Haendel, en una ejecución
verdaderamente traumática, por parte del coro, dada la texitura aguda
(al haberse subido el diapasón, desde la época en que fue escrita);
con la anuencia de un público que habla a voces, que no escucha y que
se parte la cara por felicitar a los novios.

Es el momento más triste para la coral, que recuerda a los músicos del
Titanic, cuando se estaba hundiendo, persistiendo en sus melodías,
ajenos a la catástrofe,

en este caso:

LA BODA