martes, 20 de octubre de 2009

EL RABO DEL HIPOPÓTAMO

El hipopótamo es un animalito que tiene la particularidad de padecer obesidad mórbida crónica, sin que por ello se sienta preocupado y nuestra sanidad, tampoco. Su alimentación es a base de verduras, no obstante padecer también una suerte de diarrea crónica. Pero, lo que llama poderosamente la atención es su rabo, que utiliza a modo de hélice mientras defeca grandes cantidades de puré verde, conteniendo los productos de deshecho de su ingestión herbívora.

Este puré –similar, en textura y color, al que sirven en las residencias de ancianos– es disgregado por el agua, gracias al efecto ventilador que ejerce el rabo del animalito. Los detritus pasan a formar parte de la cadena trófica, enriqueciendo los nutrientes de los ríos y fertilizando las vegas por las que pasan. Si se molesta al hipopótamo o se invade el territorio donde pasta, se vuelve muy agresivo y puede poner en peligro la vida de otros seres humanos.

Nuestra sociedad ha sacado provecho del comportamiento de estos animalitos, colocando en puestos directivos empresariales a seres (obesos o no) que distribuyen el trabajo sin procesar, a modo de detritus, y lo aventan a fin de distribuirlo entre la mayor parte de trabajadores posible. Por lo general, estos personajes actúan encadena, pasándose “el marrón” (en este caso “el verde”) de unos a otros, en rigurosa escala jerárquica y esparciéndolo aleatoriamente entre el personal de a pie. Todo ello con la sana intención de enriquecer los recursos fluviales de nuestra sociedad industrial (¡qué bonito me ha quedado!). Este “sembrado de puré verdoso” es muy festejado por el personal (“la plebe”), que lo ingiere sin protestar. Como en el símil de la residencia de ancianos, tanta fibra provoca el reblandecimiento de las heces (marrones), que el trabajador pone a disposición de la familia de los directivos (muy especialmente de sus progenitoras), cerrándose de este modo el ciclo trófico.

Este comportamiento hace que el “hipopótamo social” se cabree sobremanera, lo que no es óbice para continuar con su comportamiento ancestral. Finalmente, no olvidar que a nadie se le ocurra invadir el territorio de estos personajes, dada su alta (y muchas veces impune) peligrosidad social.

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