domingo, 13 de febrero de 2011

EL JUBILAUTA

El jubilauta moderno, se levanta a las siete de la mañana, como si tuviera que ir al trabajo. Esto se denomina síndrome de inercia. Cuando percibe que no tiene que acudir, porque está jubilado, se dirige a comprar el periódico y el pan, lo que ya es toda una tradición. Por el camino, atraviesa los pasos de cebra a paso de tortuga, haciendo frenar súbitamente a los conductores, sin que haya una tara física que lo justifique. Sencillamente, no tiene prisa.

Un vez en casa, se viste de atleta: chándal, sudadera, cinta en la cabeza, auriculares en las orejas y deportivas. De este modo, camina unas dos horas, sin rumbo fijo, pero con la ilusión de así prolongar su vida.

Como está apuntado a una de esas actividades estúpidas, como el macramé, las clases de pintura y/o dibujo o la informática, pasa el resto de la mañana en estos quehaceres estériles, hasta la hora de comer.

Nunca hizo dieta, pero tras las jubilación, lleva un estricto régimen restrictivo. Y, por su puesto, ha dejado de fumar.

Acude todas las tardes a su médico, para que le tome la tensión, luego de haber comprobado, en casa, que su corazón le late correctamente. Nunca fue hipertenso, pero poder serlo le obsesiona.

Por la tarde, va al gimnasio y a actividades como la coral o el mus, siempre que el cuidado de sus nietos se lo permita.

Los fines de semana viaja con otros jubilautas a ciudades nacionales. Y, en semana santa y verano, puede hacerlo al extranjero, a costa de alguna institución cultural, que pasea nuestras momias para ilustración arqueológica de los foráneos.

Las noches del jubilauta son otra cosa. Suele acudir a las discotecas donde baila varias horas seguidas. Hace amistad con dos o tres jóvenes mujeres y tiene sexo con ellas durante toda la noche.

Esta es, sin duda, la explicación de una vida tan detoxicante, como la que, a diario, se ve obligado a llevar.

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