domingo, 10 de octubre de 2010

ESO LLAMADO MUJER

Para saber si uno está casado con una mujer o con un hombre, no es necesario mirarle el carné de identidad. Cuando Adán se dirigió por primera vez a Eva, ésta le espetó: “para hablar conmigo, antes deberás cambiarte de ropa, que estás hecho un adán”. Esta frase jamás la diría un gay, muchos menos un varón, y fue la primera gran oración descriptiva del idioma de la mujer.

La mujer es una máquina perfecta, dotada de una bella carrocería y de un don de palabra que nos deja a los hombres en pañales. El mejor parlamentario no emite tantas palabras por minuto como ellas.

Su noción de la filosofía es contundente y no suele entrar en divagaciones metafísicas, que, por otro lado, no conducen a nada. Pero son grandes expertas en “marear la perdiz”, dándole la vuelta a la oraciones gramaticales. “Donde dije digo, digo Diego” es lo que al hombre le resulta incompresible y provoca cortocircuitos en sus delicadas neuronas. Y, lo peor, están dotas de una memoria de elefante, de modo que son capaces de recordarle a uno lo que dijo hace varios años, con especificación del día, fecha y hora, más las condiciones meteorológicas de la estación.

El idioma de la mujer se reconoce en multitud de anécdotas de la vida familiar. Por ejemplo, si uno le pregunta dónde están mis calcetines, y ella responde “en su sitio”, lo que ha querido decir es: “jódete que no tienes ni puta idea de donde están”. Como éste, existen miles de modismos idiomáticos que confunden al varón, al no existir un diccionario de la Real Academia Femenina de la Lengua.

Su sentido de la diversión es diametralmente opuesto al nuestro: para ellas, pasarlo bien consiste en ir al hipermercado, recoger el trastero, visitar a sus familiares (además del padre o madre), pasar un agradable domingo arreglando el calentador, jugar al parchís con los niños, visitar a los enfermos, visitar a los ancianos, visitar el cementerio. Esto último ha de hacerse rigurosamente por este orden, porque, de lo contrario, invertimos la variable tiempo y acabamos muriendo antes de nacer.

Además, y para más INRI, les va la marcha cantidad: comidas copiosas con los amigos, visitas museos, discoteca hasta altas horas de la madrugada.

Un servidor y otros autores, ha llegado a la conclusión de que lo hacen para cansarnos. Así, cuando llega la hora de lo que más nos gusta, estamos hechos unas bragas y no nos apetece o no podemos cumplir.

A las mujeres le encanta ir al médico. Estoy seguro que la figura del doctor significa para ellas un deidad todopoderosa capaz de sanarlas o arreglarles el trigémino. Si usted ha estudiado medicina (mejor en su especialidad ginecología) tiene casi todo ganado con ella. Sí además, le gusta recoger el trastero y hacer “obritas” en casa es usted el superman de los maridos.

El olfato de la mujer es felino. Por mucho que uno se lave, detectan el menor olor añejo. Está especializada en perfumes y olor corporal de mujer ajena, para lo que no hay defensa posible, por mucho que el varón se duche después de una ventura.

Las mujeres van por la vida de sensibles y románticas; pero es sólo una fachada, como demostraré en esta última argumentación de hoy: 1. el que se marea cuando sangra es el hombre, no ellas. 2. las que paren los hijos son ellas. 3. Las que cargan con las mayores responsabilidades son ellas.

Por eso, cuando quieren guerra (sexo), no re refieren a caricias, mimos, palabras dulces y otras mariconadas. Si no se te pone como cuello de un ciclista, lo llevas crudo muchacho.

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